Mujeresescritoras

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Un espacio para la difusión y análisis de la literatura femenina de todos los tiempos

Posted by Carmen Cristina Wolf en noviembre 26, 2008

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Lisístrata (Obra de teatro de Aristófanes)

 

Di tu palabra. Si nadie te escucha, habla con los astros, con la sombra que pasa .Elige un sitio de resplandor oculto. Antonia Palacios

La poesía es la conciencia más fiel de las contradicciones humanas, porque es el martirio de la lucidez (…) María Zambrano

Este espacio es una ventana al mundo de la literatura escrita por mujeres. Estaremos atentas a la narrativa, poesía, ensayo, investigación, entrevistas, crónicas y crítica. Daremos cuenta de las nuevas publicaciones, libros, investigaciones, reseñas, foros, recitales, conversaciones y organizaciones que se ocupen de la escritura femenina y de su papel transformador en el mundo.

No olvidaremos a las pioneras que emprendieron viaje definitivo, y tendremos presente a las que escriben sin propaganda, como lo hizo Teresa de la Parra, Emily Dickinson, María Calcaño, Hanni Ossot, Lucila Velásquez y tantas otras.

Bienvenidos también los hombres que aman la escritura, y nos leen.

«La impresión que la poesía produce es tan fuerte y directa que, por el momento, no se tiene más sensación que la de la poesía en sí misma. Y cuán hondas profundidades visitamos entonces»… Virginia Woolf

Invitamos a las Mujeres del Círculo de Escritores de Venezuela y con todas aquellas mujeres de los cuatro confines del Mundo que deseen compartir sus experiencias, relatos, poemas e ideas, que han demostrado su calidad humana, literaria, su capacidad de investigación, apertura crítica y  amplitud para la inclusión de todas las escritoras sin distinción de nacionalidad o credo.

Las Editoras:
Carmen Cristina Wolf y María Ysabel Novillo

 

 

La poética femenina, amplia como el océano

La poética femenina, amplia como el océano

 

 

 

 

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Elizabeth Schön: En el Tránsito hacia el Asombro

Posted by Carmen Cristina Wolf en junio 13, 2016

Elizabeth Schön: En el Tránsito hacia el Asombro

Una Visita al hogar de la diosa blanca

Siempre que viene a mi memoria la poeta venezolana Elizabeth Schön, recuerdo su mirada de un azul intenso como las aguas que rodean la isla de Los Roques, en Venezuela. Mirada límpida, maneras afectuosas, el modo gentil de tratar a las personas. Y sobre todo, su profundo análisis de las cosas, desde las más pequeñas, como una semilla, una piedrecilla de río o el golpeteo sempiterno de las olas, hasta su visión metafísica del mundo y del ser.

Una tarde fuimos a visitarla los poetas Rosa Melo, Edgar Vidaurre, Ruth Vidaurre, el artista plástico Oscar Sjöstrand y yo. De la conversación y la lectura de poemas, pasamos a la música, y ella me prestó un cuatro. Al comenzar a cantar una tonada de Simón Díaz, Elizabeth comenzó a llorar silenciosamente. Nos explicó por qué. Era la primera vez que se escuchaban las notas de aquel instrumento desde que Alfredo Cortina, su esposo, falleció.

Todo el que hablaba con Elizabeth Schön, o le daba a leer sus versos, no la olvidó jamás. En el transcurso de mi vida, la lectura de su poesía se ha entrelazado íntimamente con mis vivencias. Me siento bendecida por haber tenido acceso a la obra poética de esta mujer venezolana, voz fundamental de la literatura contemporánea. He aquí los versos seleccionados para la convocatoria al Octavo Encuentro Internacional de Escritoras en homenaje a Elizabeth, que se celebró en abril del 2008:

“En el tránsito del asombro hacia otro asombro
se desborda lo inagotable del Ser”.
(Elizabeth Schön)

A continuación, me refiero a algunos recuerdos de la niñez que regresaron a mí leyendo algunos poemas de Elizabeth Schön. Memorias de nuestras vacaciones en San Esteban, cuando el verano era un vaso de oro desparramándose. Las gavetas dejaban salir la ropa ligera, pantalones cortos, franelas y sandalias. Lociones para los mosquitos, bronceadores y sombreros. De vez en cuando, si no un ventilador, un abanico. Todo un verano para bañarse en el río, leer a Julio Verne, Louise May Alcott, Salgari y los cuentos de Julio Garmendia. Comer mangos, guayabas y echar cuentos de la playa que estaba a un kilómetro, como si el mar estuviera a millas, millas y millas de distancia. Y todo allí mismo, a diez minutos de Puerto Cabello, en las orillas del río San Esteban, cubierto de la sempiterna vegetación cerrada verdinegra.

Era la felicidad completa, sin preocupaciones. Los mejores días del año, el gozo del principio del vivir, la pubertad en plena ebullición, cuando todo parece estar en una cesta, en la cual basta con querer para encontrar en ella cualquier aspiración hacia el milagro de la realidad, del brillo conque aparecen todas las cosas que nos rodean. Elizabeth Schön escribe:
“Si miras el agua miras al cielo. / Si miras al niño miras al agua y al cielo”.
Levantarse al amanecer no costaba nada, eran días distintos, de otra tinta. Lavarse la cara, ponerse el traje de baño y desayunar un vaso de leche y mantequilla derritiéndose sobre una arepa caliente. Al frente, los árboles de caimito y los chaguaramos, las matas de limón y de lechosa, los cedros centenarios y los pájaros saltando como locos entre las ramas, arrebatándose ramitas.

Nos esperaban las pelotas de goma húmedas sobre la grama. El abuelo Federico, rastrillaba las hojas con sus botas de hule que casi le llegaban a las rodillas. Bajábamos la escalinata, había llovido la noche anterior. Las hojas brillaban de punticos mojados. Cargando nuestros tobitos abríamos la reja y allí estaba: el río, “con infinito blusón deslizante”, con su borboteo como “un reguero de polen multiplicándose”, el agua, ella sola, ella misma consigo, tan cerca “y tan siempre lejos, entre la tierra y la fugaz distancia”. “El agua hace al árbol permanecer y al hombre ser fiel a su propia e innata transparencia”.

El agua del río conducía un millón de años de hojas caídas, ramas, rayos de sol y brisas influyendo en las coreografías del agua, brisas metiéndose en el agua, alborotándola. El abuelo había construido un muro para encauzar el río e impedir que las crecidas tumbaran los árboles cercanos a la orilla. El muro se había puesto verdoso y estaba corroído por el tropel de las aguas.

En el río aprendimos a confiar, no nos angustiaba su fondo, gozábamos la inquieta curiosidad de no saber las cosas que guardaba. No teníamos miedo de los peces pequeños, ni de los grandes que nos imaginábamos podían aparecer algún día, ni siquiera de la gran serpiente que tenía su casa bajo las piedras. Abuelo nos decía que ella “no hacía nada”, porque era una culebra buena. Era inofensiva como una jirafa. En el libro de Schön “Es oír la vertiente” (1973), Elizabeth publica poemas sobre la realidad del miedo, unos poemas que hasta hace muy poco me hacía daño leer:

“Hay miedo. / Ya el árbol se achica / en tanto va angostándose la luz / hasta cerrar la última hendija. … Piérdese el pulso / olvídase el ritmo / en la piel solo agotamiento / y sobre ella el aire, / el sol / el agua / el hombre, / la tierra (…)”. Estos poemas no los leí en la época en que escribí esta nota, no forman parte de estos recuerdos de la niñez, que continúan así: Y entrando en la frescura poblada de medallitas luminosas, no había otra cosa en el mundo que más nos hiciera quedarnos con nosotros mismos, flotando, meciéndonos, oyendo susurrar los ramajes. En esos instantes, el tiempo no existía, o se entretenía entre el cielo y el murmullo de la vegetación.

Podíamos creer, escuchábamos una promesa y creíamos en ella, esperábamos. Vivíamos en pulsación, en latencia, vivíamos en todas las semillas y en nuestros cuerpos: redondeados, flacos, morenos y rubios, orondos. Vivíamos “en el centro de la oscura y primaria semilla”.

No existía nada que no nos fuera familiar, que no mereciera alegría, celebración, nuestros maravillosos y escandalosos miedos pasajeros y perennes.

Todo estaba en los bandos. Cada cosa tenía su bando. Pájaros, perros, gatos, ciempiés, los fugaces y groseros monos, las arditas, los sapos y las ranas, los inoportunos y nocturnos murciélagos, las insoportables perezas. Los ruidosos pericos y las mariposas con su rastro de oro. Las tenebrosas mapanares, las determinantes enredaderas, el olor a monte, el olor a cena, siempre únicos y siempre maravillosamente lo mismo.

En la infancia todo era sorpresa, no obstante nada nos era extraño. La vida era cercanía y lejanía imaginada. Con todo se hablaba, con cada cosa se iniciaba una historia, una amistad, un juego.

Una de nosotras se parecía a una semilla de onoto, la otra era de algarrobo, la otra intrigaba hasta que descubrimos que era idéntica a una semilla de níspero. Los varones parecían semillas de mango, de cedro, de guanábana: “son aquellos los de la faz rodante del grano quienes oyen / e incendian los fulgores con los que día a día aflora la vida (…)”.

Nuestros cuerpos no dejaban de jugar, de reír, de llorar para contentarnos y volver a pelearnos enseguida. No sabíamos del miedo, no sabíamos cómo se definía la vida y a nadie se le podía ocurrir intentar saber lo que era. Ninguno de nosotros habría querido, ni intentado pensar, ¿qué es la vida?

No sentíamos miedo, porque nos enseñaron que el universo había sido creado por alguien profundamente enamorado, a quien podíamos llamar Padre. Aquel que ama a la humanidad tanto como se ama a sí mismo.

Esa infancia todavía está intacta en mi corazón y cuando alguien actúa de manera perversa, creo que sufre la enfermedad de ausencia de amor. Las ofensas, las acusaciones nacen del miedo, brotan porque ignoramos que todos somos hermanos. La gente pelea como las células de un organismo enfermo y terminan destruyendo su capacidad de confiar en la vida y en su propio ser.

No tengamos miedo, ni ahora ni nunca, lo más que podemos perder es esta vida, que es un regalo y no es nuestra propiedad. Porque la vida pertenece a la Vida.

* Todas las citas corresponden a los libros “Del antiguo labrador”, “El abuelo, la cesta y el mar” y “Es oír la vertiente”, de la poeta venezolana Elizabeth Schön, Premio Nacional de Literatura.

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2014 el blog de Carmen Cristina Wolf fue visto 2400 veces

Posted by Carmen Cristina Wolf en enero 11, 2015

Los duendes de las estadísticas de WordPress.com prepararon un informe sobre el año 2014 de este blog.

Aquí hay un extracto:

Un teleférico de San Francisco puede contener 60 personas. Este blog fue visto por 2.400 veces en 2014. Si el blog fue un teleférico, se necesitarían alrededor de 40 viajes para llevar tantas personas.

Haz click para ver el reporte completo.

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Eugenio Montejo: Viaje a lo sagrado

Posted by Carmen Cristina Wolf en abril 19, 2014

Eugenio Montejo: Viaje a lo sagrado.

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Luz Machado: Mirada que vigila lo efímero y lo eterno

Posted by Carmen Cristina Wolf en abril 19, 2014

Luz Machado: Mirada que vigila lo efímero y lo eterno.

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Rafael Cadenas: Templanza y honestidad de lenguaje

Posted by Carmen Cristina Wolf en abril 14, 2014

Por Carmen Cristina Wolf

La poesía pertenece a lo más íntimo, lo más sagrado, lo más tembloroso del hombre; no es asunto de frases bonitas (algunas veces es todo lo contrario)
Rafael Cadenas, entrevista publicada en El Nacional en 1966

Hace algún tiempo tuve la fortuna de asistir a un recital de los poetas Rafael Cadenas y Eugenio Montejo. Vivimos momentos inolvidables cobijados por la hondura de los versos de estos dos escritores venezolanos. Cadenas es poeta, ensayista, traductor y profesor de literatura. Es una voz poética lúcida, penetrante, que obedece a una visión del mundo fruto de un pensamiento profundo y de alcance universal.
Entre sus obras se encuentran Cantos iniciales (1946), Una isla (1958), Los Cuadernos del destierro (1960), Derrotas (1966), Falsas maniobras (1960), Anotaciones (1973), Intemperie (1977), Memorial (1977), Amante (1983), Dichos (1992), Gestiones (1992). Se han publicado varias Antologías de su obra y el Fondo de Cultura Económica publicó su Obra entera. Sus ensayos son referencia indispensable del pensamiento contemporáneo. Sus libros En torno al lenguaje y los Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística son objeto de estudios e investigaciones. Recibió el Premio Nacional de Literatura, el Premio Internacional de Poesía Pérez Bonalde, la Beca Guggenheim y Doctorados Honoris Causa de las Universidades Central de Venezuela y Los Andes. Recientemente ha recibido el Premio de la Feria Internacional del Libro otorgado en Guadalajara.

Estas líneas que ofrezco a continuación son apenas unas notas y una reflexión muy personal en torno a la visión poética que se revela en la obra del venezolano Rafael Cadenas. Acercarme a desentrañar algunos rasgos en su poesía es un ejercicio que emprendo con timidez, porque es asomarse a su alma. La lectura de sus poemas, escritos y entrevistas es un solaz para el espíritu. Comienzo haciendo mías estas palabras escritas a Rilke por Lou Andreas-Salome en 1914: “(…) empecé a vivir con el poema mismo, pues en los primeros momentos su sentido objetivo me subyugó demasiado como para poder hacerlo. Y ahora lo leo, o mejor, no paro de recitármelo a mí misma. Hay en él como un reino recientemente conquistado, todavía no se distinguen bien sus fronteras, se extiende más allá del espacio que se puede recorrer en él; se lo adivina más amplio (…)” (Correspondencia, Hesperus 1989).
Así suele suceder con los poemas de Cadenas: pueden alguno de ellos ser como una pluma de ave que penetra sin ruido en mi ventana, otros rasgan silencios a tambor batiente, mas cada uno conduce a un reino de significaciones, y cuando creo haber agotado su sentido surge otro y otro; es una poesía que mueve los cimientos de lo habitual y nos lanza hacia las profundidades del misterio que somos.

El personaje

A pie descalzo y con un candil en la oscuridad suelo leer a los poetas cuyos versos dejaron de pertenecerles para volverse míos. Cadenas, a quien parece mp gustarle mucho que le llamen poeta, estará acostumbrado a ser “elucidado, disecado, menguado, enriquecido, exaltado y maltratado”, haciendo valer las palabras que escribe Paul Valéry sobre sí mismo en el Prólogo al Cementerio Marino. Por esta razón no quiero hablar de ese hombre pausado, de caminar distraído, a quien podemos encontrar subiendo la escalera hacia la Librería Macondo, o bajar los peldaños hacia Lectura, el Buscón o Alejandría. No me atrevería siquiera a asomar algún sesgo de su forma de ser, él que se confiesa aprendiz, siempre joven ante el hallazgo que es la misma vida. Dejo constancia de que a veces saluda con una secreta alegría y en ocasiones me parece que mira pero no me está viendo y hace un esfuerzo para saludar, como si no estuviera allí. Me pregunto entonces, ¿estará enojado, habré sido descortés? Otro día vuelvo a encontrarle sentado en un quicio a la espera de que abran las puertas de algún teatro y nuevamente sonríe enigmático, juvenil, y sus ojos café se vuelven claros como el color de su portafolio de cuero. Me recuerda unas líneas que leí siendo muy joven:
“(…) él había pensado más que otros hombres, poseía en asuntos del espíritu aquella serena objetividad (…) y sabiduría que sólo tienen las personas verdaderamente espirituales a las que falta toda ambición y nunca desean brillar, ni convencer a los demás, ni siquiera tener razón (…).” (El Lobo Estepario, Hermann Hesse). Me atrevo a agregar que Rafael Cadenas es un personaje distinto para cada uno de los seres humanos que le conoce y permanece siempre a contraluz, en los linderos del misterio, transformado día a día en la medida en que crece su obra. Su lenguaje se enriquece y se amplía la comprensión amorosa hacia el ser humano. Es lo que percibo en su poesía y siento que ninguno de sus poemas es prescindible, cosa poco frecuente en la obra de la mayoría de los escritores.
Su estar en el mundo inspira una gran paz, aunque a veces hay que sobreponerse a esos silencios suyos tan férreos y armarse de valor para osar romperlos. Él es apenas un postigo entreabierto, nada más un vértigo hondo de presencia, tan dado a marcharse y regresar intacto más cercano cuanto más distante. Atravieso las páginas de sus libros y me dejo caer al vacío, al fin y al cabo “florecemos / en un abismo.”
Y en lugar de elucubrar o suponer, prefiero atenerme a sus propias palabras, tomadas del libro Entrevistas (Ediciones La Oruga Luminosa, 2000) y de recortes de prensa. En Últimas Noticias el 26/06/02, a la pregunta ¿Cuál es su forma expresiva? él responde: “Escribo poemas en prosa”. Acerca de sus influencias, dice: “Durante un largo período la influencia principal fue de poetas franceses como Michaux, Rimbaud, Char. Después volví a la forma del verso libre.” (…) “De la India más que su literatura me ha interesado su filosofía clásica, el pensamiento que parte de los “Upanishads”. También me atrevo a adivinar en su obra la lectura atenta de Lao Tse, Chuang Tzu, Li Po.
Ante la interrogante sobre si la poesía debe tener un mensaje ideológico o religioso, Cadenas responde: “No. Lo que pasa es que lo que el poeta piensa se trasluce en lo que escribe. Si uno piensa en grande. Figuras como Dante, uno sabe que detrás de su poesía había un pensamiento filosófico, el de Tomás de Aquino. En el caso de Shakespeare se ha señalado sobre todo la influencia de los estoicos, especialmente de Séneca (…) Hay un vínculo entre filosofía y poesía aunque no se deben confundir ” (…).
En Conversaciones, traducción realizada por Cadenas a una selección de notas de Walt Whitman (Ediciones Monte Ávila Editores Latinoamericana 1994), se lee este fragmento de Whitman: “Bueno, está muy bien la cadencia, sí bastante bien; pero hay algo anterior, más imperativo. Lo primero que se necesita es el pensamiento (…) Soy muy reflexivo, me tomo mucho trabajo con las palabras (…) lo que persigo es el contenido, no la música de las palabras.” Encuentro en la poesía de Rafael Cadenas una tendencia parecida. No se pueden leer sus versos de un solo tirón, cada cuatro o cinco palabras suelo detenerme y busco dentro de mí su resonancia.

Desde Una isla a un destinatario desconocido

En el poemario Una isla el joven Cadenas escribe en 1960:

Si el poema no nace, pero es real en tu vida,
eres su encarnación.
Habitas en su sombra inconquistable.
Te acompaña
diamante incumplido.

Una existencia vivida con autenticidad puede ser tan o más poética que el poema mismo. Una isla se forja desde esta reflexión sin ser una escritura de tinte filosófico, porque emerge en la matriz luminosa del mar y ese esplendor acompaña casi todos sus poemas. Plantea la paradoja de la realidad y el lenguaje que la nombra, hasta el punto de considerar la existencia del hombre como una “sombra inconquistable” de lo real, que es el poema. Lo cual nos pone ante los ojos el antiguo interrogante de si la palabra crea las cosas o éstas surgen antes que el lenguaje. ¿O son inseparables la realidad y la palabra? A veces me atrevo a pensar que la esencia es la palabra y el origen de todo es el lenguaje. Me reconozco cautiva de los primeros versículos de Juan evangelista: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio en Dios” (Juan, 1, 1-2). Lo visible no es sino una sombra de aquello que ES, el poema supremo de Sí mismo.

Cuando se vive en una isla arrojado al desarraigo se está uno sometido a la caricia o a la garra de luces y sombras, doble visión que viene de lo alto y se refleja en las aguas. Por eso la luz entra a raudales en este poemario:
Muelle de enormes llamas / Navíos que viajan al sol / (…) Ciudad de corazón de árbol / (…) La luz golpea mendigos / (…)

Y la significación polifónica de los versos abarca el lugar donde se refugia un personaje femenino:
tú entras en la luz (…)
tú comienzas a recorrer el tiempo como un licor (…)
tu cuerpo es un arrogante / palacio / donde vive / el / temblor.

El amor transforma el exilio en libertad, porque cuando somos libres y estamos bien, poco nos damos cuenta de ello y se nos pasa la vida sin pena ni gloria, aferrados a la rueca de los hábitos que nos convierten en máscaras de mueca inmóvil:
El amor nos transforma… el pobre carcelero se creía libre porque cerraba la reja, pero a través de ti yo era innumerable.
(…) El amado pronuncia el encantamiento que cubre una zozobra.

Mas el poeta advierte que nada ni nadie en este mundo es para siempre y hay que partir de todo en cada instante:
No hay luz que nos enlace
(…) nuestras fiestas convertidas en fogatas / que avientan su ilusorio mediodía.

En el exilio del alma los pequeños detalles salvan de la desolación, aun en la más triste de las separaciones: “El exiliado deplora las patrias / Rehuye escisiones. Se encamina hacia el instante”. Siempre lo acompaña un diamante incumplido: la libertad de poetizar.
En su obra intuyo una observación rigurosa de su propio espíritu, así como de los pequeños sucesos cotidianos, como por ejemplo, escuchar las voces infantiles de los niños de la casa pidiendo un helado o salir a comprar el periódico. Encuentro una síntesis de la existencia y su valoración, una visión del hombre acerca de sí mismo, de sus vivencias, una conmovedora comprensión de sus propias marchas y contramarchas, y una prontitud esencial en el uso del lenguaje.
Visión que siempre será una visión parcial, pues ningún ser humano puede aquilatar la verdadera dimensión de otro ser, que es infinita.

Cuadernos del destierro

“Busca tu alma, ámala, tócala, cultívala”, escribe Rimbaud en su Carta del Vidente. Percibo en la poesía de Cadenas a un ser que se adentra en profundidad en su condición más íntima y la desviste de eufemismos:
Yo, envés del dado, relataré no sin fabulaciones mi transcurso por tierra de ignominias y dulzuras, rupturas y uniones, esplendores y derrumbes. (Del libro Los Cuadernos del destierro 1960)
El que observa sin velos la caída de sus propias máscaras anhela imperiosamente “ver” su verdadero rostro. ¿Quién soy, cuál de mis yoes es el que es?:
(…) Un día comenzó la mudanza de los rostros (…) todos escenificaban una danza de posesos sobre mis hombros (…) Mi rostro ¿dónde estaba? Debí admitir, tras dolorosa evidencia, que lo había perdido.
Revela el desconcierto de quien despierta en una irrealidad habitada por cientos de espejos deformantes y no sabe cuál de todas esas imágenes es la verdadera. Estos versos que desgarran sin piedad a Cadenas me hacen pensar en las palabras de Rimbaud en su Carta del Vidente:
“El primer estudio del hombre que quiere ser poeta es su propio conocimiento, entero; busca su alma, la inspecciona, la tantea, la aprende. En cuanto la conozca, ¡debe cultivarla! (…) El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desajuste de todos los sentidos.” (…)

Falsas Maniobras

Cuando he vivido la experiencia de un fracaso me siento más cerca que nunca de mi ser. De los triunfos poco aprendí, ellos me alejaron del encuentro con lo insondable que se esconde más allá de la apariencia. Por eso me conmueve el poema Fracaso del libro Falsas Maniobras. Es la extraña y honda hermosura que siento en unos versos traspasados de lucidez:
Cuando ponías tu marca sobre mi frente, jamás pensé en el mensaje que traías, más precioso que todos los tiempos.
Tu llameante rostro me ha perseguido y yo no supe que era para salvarme
(…) Gracias por apartarme.
Cuando el hombre se sumerge en su propia soledad surge el poema, bien sea hecho de palabras o de sangre. “¿Quién sabe de la Noche?”, escribe Juan Liscano en el primer poema de Nuevo Mundo Orinoco. ¿Quién sabe de la desolación y del abatimiento a muerte, del fracaso absoluto sino aquel que lo padece?

En el vórtice del torbellino más negro puede asomar un celaje de esperanza. Por eso me gusta el poema Beloved Country, con su arcoiris de sentidos, porque según sea el estado del ánimo de quien lo lee, significa el canto nupcial con el “sí mismo”, o la llama del encuentro con el amado (a), o tal vez el regreso al núcleo de la tierra, o también el reencuentro con la palabra que se había negado a regresar al poeta en su abandono:
Cuánto tuyo no se desenvuelve como música perdida en mí.
País al que regreso cada vez que me he empobrecido.
(…)
Nunca me has negado tu leche de virgen.
Mi reflujo, mi fuente secreta, mi anverso real.
Ignoro el alcance de tu olor de especia, pero sé que has estado en todos mis puntos de partida, envolviéndome. Oriente solícito, como una ceremonia.
País donde van las líneas de mi mano, lugar donde soy otro, mi anillo de bodas. Seguramente estás cerca del centro.
Este poema me trae el lejano aroma de la raíz que tiene sed de beber en la fuente de la vida y se hunde al fondo de la tierra en búsqueda de la madre, amante, esposa y alma en exilio. Que no otra cosa es estar en este mundo más que un exilio del alma que ha sido apartada temporalmente de la palabra que la creó.

Intemperie

Del poemario Intemperie me cautivan estos versos:
Hazte a tu nada
plena.
Déjala florecer.
Acostúmbrate al ayuno que eres.
Que tu cuerpo se la aprenda.
(Poemas selectos, p. 68)

Esta referencia trae a mi mente los versos sobre la “Nada” leídos en el libro “La Nueva Tierra” del hombre nuevo (Ediciones Custodia de Tierra Santa, 1977):
La “Nada” es lo más cercano al Ser
y es lo que somos:
somos “Nada”.
La “Nada” está más allá del pensamiento,
ella está por encima del entendimiento.
Por tanto, no se llega a ella por el conocimiento,
sino por la “renunciación”.
Para llegar al Ser hay que dar un salto
en el vacío,
ese “vacío” es la “Nada”.

En casi toda la poesía de Cadenas y sus escritos en prosa, como los Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística se percibe un desprendimiento para alcanzar la sabiduría en la más absoluta sencillez, sin pretender ser moralizante, lejos del culto a la personalidad. En la flaqueza y sobre todo a través de ella se roza el borde del amor, en la mayor indigencia se siente la intensidad de lo hermoso, ese “diamante incumplido” que se haya detrás del espejismo de la nada.

Amante

Como si no se pudiera respirar, en un ahogo, en asfixia casi mortal se vive cuando se está lejos del amado(a). Nada interesa al cuerpo, todo es baratija, remedo de vida cuando él o ella no ama o no sabe que ama:
¿Cómo pudiste vivir
de la idea
que la ocultaba,
con un sabor
que no era el de ella,
huyendo
de su aparecer
que era también el tuyo? (Del poemario Amante)

Cuando se está lejos de la presencia amada el mundo se desdibuja, pierde peso, se regresa al bosquejo, a aquello en el anhelo bosquejado. Únicamente importa él o ella, su latido, su respiración. Quien se enamora está dispuesto a traer, como escribe Emily Dickinson “rosas de Zanzíbar / abejas por millas, / desfiladeros azules / ejércitos de mariposas.” Ningún elíxir calma la sed ni cura el mal; apenas se respira y el pulso se suelta a latir sin concierto porque uno se quiebra y es capaz de lo imposible. Es el enamoramiento sin correspondencia una semilla de la más loca imaginación, lo imaginado sobrepasa casi siempre a la realidad, es más atrayente porque no se transforma en concreciones que suelen no cumplir el ensueño. Muestra de ello la pasión del Quijote por su adorada Dulcinea del Toboso, ejemplo de la hermosura y el encanto que el propio Quijote inventó en su pensamiento y en su corazón.

El dolor del amor ausente no desaparece sino con presencia tangible:

Llegas
no a modo de visitación
ni a modo de promesa
ni a modo de fábula
sino
como firme corporeidad, como ardimiento,
como inmediatez.
(Amante)

La realidad refleja casi siempre un solo lado de las cosas, y si nos damos vuelta, el espejo, con esa terquedad tan lógica de su sino, continuará revelando tan solo el otro lado del ser. Así también, los otros reflejan nuestro rostro empañado por sus ideas predeterminadas sobre cómo se imaginan que somos, o cómo quisieran que fuéramos.
Nadie logra conocernos absolutamente. Sólo existe un ser que en un instante es capaz de ver, sentir, saborear y saber cómo somos. Debiera decir, más bien, qué somos, quiénes somos:

Eludías
el encuentro
con el tú
magnífico,
el que te toma
y te anula como tempestad
y de ti arranca al que busca
(Amante)

El amante posee por entero nuestra imagen y nos la devuelve intacta, íntegra, plena de toda plenitud. Nos entrega también algo más que antes no éramos, porque habíamos sido fragmentados, porque cuando llegábamos a ser, no había espejo que nos contemplara, ni había cáliz que contuviera nuestra sangre toda.
Después de haber vivido la experiencia de la otredad salvada y vencida por lo inexorable, el amor, que se revela por encima de cualquier pensamiento, de cualquier medida, el hombre se encuentra íntegro ante sí y adquiere la “conciencia cósmica que nace de una compenetración del fondo más profundo del individuo con la vida de todos los seres y con el universo”, esa conciencia a la cual se refiere Rafael Cadenas en el prefacio a su traducción de algunos fragmentos de Walt Whitman (Conversaciones). Me gusta pensar que cuando Cadenas se refiere a esa “conciencia cósmica”, se describe también a sí mismo.
Y el poeta deja de verse separado, fragmentado, solo de toda soledad, porque posa el pie en la experiencia única, irrepetible, imborrable de ser uno con la vida, de ser vida en la Vida.
No es el éxtasis de los amantes la única vía del encuentro con la totalidad. Recordemos a San Juan de la Cruz: “Sin arrimo y con arrimo / sin luz y a oscuras viviendo / todo me voy consumiendo. / Mi alma está desasida / de toda cosa criada / y sobre sí, levantada / y en una sabrosa vida / sólo a su Dios arrimada”. La agonía y el éxtasis del fraile Juan florece en la unión con el Amado.

Voluptuosa experiencia irreversible, “restaurada inocencia”, florecimiento “en un abismo”, el abismo del ser. Cadenas invita a “Vivir / en el sabor de ser”.

/…

Y nos hace una confesión:
Sólo he conocido la libertad por instantes, cuando me volvía de repente cuerpo. Manera de decir, con prontitud de lenguaje, haber encontrado un rostro ajeno que lo refleja íntegro y le permite ser con absoluta libertad, porque decir cuerpo es decir un todo, es no estar escindido en esas incómodas, a veces penosas categorías del cuerpo y el alma.
Versos que ya son míos y de todo aquél que sea tocado por ellos. Palabras que conducen al resplandor, magnífico y terrible, de entregarnos al abrazo del origen:

Y ella lo obligó a la más honda encuesta,
A preguntarse qué era en realidad suyo.
Después lo tomó en sus manos
Y fue formando su rostro

y lo devolvió a los brazos del origen.

(Amante)

Importancia del lenguaje

En 1984 Cadenas escribe: “(…) La situación de deterioro que he descrito de manera muy sucinta tiene graves consecuencias para el venezolano. El desconocimiento de su lengua lo limita como ser humano en todo sentido. Lo traba; le impide pensar, dado que sin lenguaje esta función se torna imposible; lo priva de la herencia cultural de la humanidad (…) lo convierte en presa de embaucadores, pues la ignorancia lo torna inerme ante ellos y no lo deja detectar la mentira en el lenguaje” (…) Nunca como hoy tiene validez esta aseveración, cuando la falsedad se extiende cada vez más en casi todos los ámbitos.
Estamos ante una de las reflexiones más importantes contenidas en este libro. Un lenguaje deficiente y empobrecido hace a un pueblo esclavo de la ignorancia. Con frecuencia recuerdo las palabras del profesor de Fonética Higgins, personaje de la obra Pigmalión de Bernard Shaw, que se conduele amargamente de la joven vendedora de flores por su “espantosa” manera de hablar, con graves errores en la pronunciación del idioma inglés. Él asegura que si tuviera ocasión de enseñarle a expresarse correctamente, la joven se convertiría en una dama capaz de ser la dueña de una floristería. No es asunto de afincarse en el sentido utilitario de dominar una lengua, más bien se trata del dolor que causa el incomprensible desprecio por aquello que nos es más ínsito. No amar el lenguaje es dejar de amarnos a nosotros mismos.

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Vigas fuertes de Carmen Cristina Wolf

Posted by Carmen Cristina Wolf en abril 8, 2014

PorAlfredo PérezAlencart. Leer en:

Vigas fuertes de Carmen Cristina Wolf.

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Carmen Cristina Wolf, Poemas inéditos 2012

Posted by Carmen Cristina Wolf en septiembre 14, 2012

COSTURERAS DEL MAR

Redeiras de Galicia con sus manos de sal.

Aguardan cada una a sus hombres de oleaje
¿Volverás marinero?

Sin sus trenzas y risas, qué sería de esos puertos
todo metal y herrumbre, todo barcas fondeadas

Ven pescador insomne
Ariadna teje para ti los sueños

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DOLIENTES

Mujer Ruanda, mujer Tibet, mujer Nepal
caiga el rocío a los pies de las bellas dolientes

Que florezcan sus almas
canten al Cielo y al confín de la Tierra
Bocas que un día sonrieron
Mientras los despiadados
rompían su piel de ternura con ofensas temibles

Poetas: No dejemos perder su esperanza

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MUJER SIRENA

Pontevedra y su villa marinera
cuántos secretos guarda la Plaza de la Leña
historias de poetas
y pueblos hostigados por piratas.

Cruz de aire contra la cruz de piedra
aguas cortadas en la fatiga del acantilado.

Ribeira, quién pasara por ti
cuántas veces añoro
ligera de equipaje
irme quedando en tu lugar, Galicia.

Y oír tu letanía, mujer sirena
¿dónde la sangre tibia?
A través de parajes, un recinto
donde posar tus plantas
y quedarte, en silencio
que tu reino has perdido.

¿Añoras al ansiado pescador de bajuras
quieres tocar maderas de navío?

Siempre esperando lo que nadie sabe
mujer sirena de ateridos labios

Los conjuros de piedra no bastan
para ahuyentar tu sombra salinosa
aún rondas, desde siglos
entre las barcas solas

No pierdas la esperanza

http://carmencristinawolf.wordpress.com

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Charla sobre Literatura femenina y violencia

Posted by Carmen Cristina Wolf en mayo 25, 2012

El sábado 26 de mayo a las 4 de la tarde, LeoCultura invita a una charla sobre Literaturafemenina y violencia, que será dictada por Carmen Cristina Wolf´

Lugar: Boulevard La Carlota, Plaza, en la ciudad de Caracas.

Los esperamos!

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LOS POEMAS DE CARMEN CRISTINA WOLF

Posted by Carmen Cristina Wolf en mayo 11, 2012

Por Lubio Cardozo

 

La poesía está en la existencia. El transcurrir por el misterio del azar preña de poesía a la vida, la única depositaria de la maravilla entre los linderos extremos de la fruisión y la pesadumbre. Quien, entonces, pueda verter en versos la errancia por la provincia de las horas, se convierte por un singular prodigio de la taumaturgia, en poeta. No otra cosa ha hecho Carmen Cristina Wolf en su libro “Escribe un poema para mí”: a su aventura de viajar por ciudades y países, suma las vivencias y reflexiones de habitar en el asombro, y sus pensamientos que reinventan el mundo mediante palabras encandecidas, brotadas de la entraña misma de sus intuiciones sensibles. Su poesía es reclamante, participativa, dialógica, retadora, una perpetua invitación a compartir la fiesta del goce en el reino de la luz, vale decir, bajo el sol del tiempo otorgado. Por eso, riela la transparencia, mas también sorprende el hechizo de sus versos para transformar en cómplice a su lector, y de esta manera incorporarlo a su atmósfera mántica, reveladora, de desaparición de la soledad. Entrega así Carmen Cristina Wolf su esperanza, su concepción de la existencia, su espiritualidad, vertido todo todo esto en intensos cantos a la vida. Como ella lo expresa: “Somos la vida que comienza siempre”.

 

Admirable, intenso el poemario “Escribe un poema para mí”, publicado por el Círculo de Escritores de Venezuela, con prólogo de Eduardo Casanova. Concluyo esta breve nota con un poema de Carmen Cristina Wolf, de una belleza absoluta:

 

“Con el atavío del amanecer

humedecidas de mar y de tiempo

tus manos siempren encuentran el camino hacia mí.

 

Mi camino es el verso

 

Lubio Cardozo

Torre de Segismundo, Mérida

 

Imagen

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La voz poética de Aladar Temeshy

Posted by Carmen Cristina Wolf en agosto 27, 2011

Por Carmen Cristina Wolf

Abra las páginas suavemente
como quien ya sabe que los libros
no son para hablar de ellos
y ha aprendido a hacerles el amor
Adalber Salas

La voz poética de Aladar Temeshy está ligada íntimamente a su manera de comprender la existencia y al pensamiento reflexivo. El trasfondo de su escritura es una recia batalla entre la exuberante policromía de la creación y el demoledor paso del tiempo, que todo lo destruye. De sensibilidad contemplativa, tal vez por su profesión de arquitecto y por su dedicación a la docencia, Temeshy conduce al lector, desde la más sublime hermosura de la naturaleza y de las ciudades, hasta el dolor y el desaliento por la pérdida de los afectos y de los lugares más entrañables.

Aladar es un romántico a la manera de Rilke. No se reconcilia con la creencia en Dios y en la inmortalidad del alma, no obstante, medita sobre estos temas con la angustia del que se asoma al abismo. Como si hubiera escuchado la voz del poeta alemán, su poesía transcurre entre luces y sombras, dejándonos caminar, detenernos a nuestro antojo, sin rumbo fijo, a veces por senderos que conducen a un mismo lugar, para que el lector elija quedarse entre el bosque pleno de vida, y no obstante cruzada de laberintos, y la negrura de lo desconocido. Recordemos lo que dice Rilke:
Vivo mi vida en círculos que se abren
sobre las cosas, anchos.
Tal vez no lograré cerrar el último
pero quiero intentarlo
.

Aladar escribe en su poema Mediodía:
El sol derrite los rostros errantes
escondidos entre las moradas lavandas
los laberintos se abrieron
el mundo es caliente, vertical
el mediodía se comparte
entre el hombre y su inercia
el sueño devoró ya su sombra

En “El libro de las decepciones” de Aladar Temeshy, editado en el 2008 por Diosa Blanca, el prologuista y editor, Edgar Vidaurre, escribe: “En el corazón de la palabra decepción, convergen tres de los aspectos más reveladores de nuestra humanidad a saber: el dolor, la desesperanza (o más bien, la esperanza herida) y la conciencia del engaño y la verdad”… Ante la decepción, se abren dos sendas: o el hombre sucumbe en la maraña intrascendente su propio existir, o trasciende el sufrimiento a través de la transformación existencial.
Y es el camino que toma Aladar ante tal disyuntiva. Trascender, mediante la escritura, a través de palabras que desgarran las páginas de sus libros, especialmente de este poemario “Al margen de la tarde”, que nos deja con el deseo de leerlo una y otra vez, escrito con la entereza y la precisión del oficiante que se aferra a la poesía como “una forma de existencia, de elevación de la existencia, de la presencia fuerte de la existencia”, como escribió el maestro Alfredo Silva Estrada, amigo personal de Aladar.

Al margen de la tarde está dividido en dos partes: 40 poemas que corresponden al capítulo que lleva el título del libro, y un capítulo de 9 poemas, cuyo título es Cuentas del Tiempo. La exquisita belleza del primer poema del libro, nos lleva al “encanto de un universo ensoñado / en un aljibe virgen / sin fondo y sin rimas”:
Es una tarde larga
del encanto de Schumann
en el policromado otoño
surgido de las blanquinegras
teclas del piano grande
en la tamizada luz dorada
de una eternidad.

La Muerte. Ese alfiler de oro tan cerca…
Luego aparecen las amargas dudas rebeldes / sobre razones del estar / o del ser y su justa existencia. Es el alfiler de oro en el pecho, que hiere en las sombras de las letras, al margen de la vida del autor. La muerte, es la última dignidad del vencido, es la trascendencia y la liberación del ser prisionero de esta vida mortal.
No obstante, el gozo de existir y la espera de instantes felices no deja de rondar los versos de este amado libro, como cuando escribe: “Sentado en la silla ajada / ajada / del pasillo / frente a la panadería / en la mesa / mi silente café / y espero / un no sé qué.”
Su poema En el pasillo, rememora a Rimbaud, el poeta que una vez escribió:
Y así ascender despacio
en un inmenso amor
de la prisión terrestre
a la belleza del día.
Y Aladar se pregunta a quién espera, respondiendo, con el saber del poeta que conoce las figuras literarias, como las dislocadas oposiciones del oximoron: “Yo, no vendré / compraré un pan canilla / … me iré a esperar / afuera de antes / ya fuera de después.” Imagina cómo su espíritu, o su recuerdo, vendrá de nuevo a los lugares de siempre, a sentarse, a esperar. No deja de sorprender el descreído poeta, cuando escribe: “el pan o es todo / fe, devoción, plegaria, es hablar con Dios / … canto del trigo / pan caliente.” Sólo un poeta de la talla de Aladar puede escribir, cuando pregunta quién vendrá, que no será él, pero que sí, que vendrá, de alguna manera imaginada, a la cafetería de siempre, a sentarse, a sentarse cerca de las figuras enmudecidas por la noche del tiempo, “ya fuera de después”.
El final de este libro nos brinda la clave del enigma. Cuál es la razón, el propósito, la pasión que se encierra en la escritura de Aladar Temeshy. El lo proclama suavemente, sin estridencias:

Escribo
Para sentir el verbo
Para palpar la soledad
Para entender a Dios
Para comprender quién soy
Para aprender la muerte

Carmen Cristina Wolf
Caracas, julio de 2011

*Texto leído el 27 de julio de 2011, en la Librería Alejandría I, Las Mercedes, Caracas. Presentación de El libro de las decepciones, organizado por el Círculo de Escritores de Venezuela.

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